lunes, 11 de agosto de 2014

Incapaz


Aquí están los tres primeros capítulos de mi libro, ¡espero que los disfrutéis! Si queréis descargar este documento, os lo dejo en este enlace:

https://mega.co.nz/#!fdUglbyA!-28j1js51JlFdxc7kveUUua9xB_JtdRazjuZQJjdRoE

Si queréis comprar el libro, aquí tenéis mi email y la página de Círculo Rojo donde se vende:

laidyevan@gmail.com
http://editorialcirculorojo.com/incapaz/

¡Un saludo y gracias por leer!


1
PASIVIDAD


Qué dolor de cabeza… Y no sólo eso, todo mi cuerpo está agotado. ¿Qué es este sentimiento de olvido? He soñado algo que parecía importante y no lo recuerdo. Bueno, es igual, es hora de levantarse.

Otro día con la misma rutina, me levanto de la cama, abro las persianas y me siento a observar la ciudad a través del ventanal. Cada uno de sus ciudadanos es exactamente igual que yo, todos grises y apagados. Coches llenan de humo negro los cristales de los edificios, del mismo color. Torres se extienden a lo lejos, pequeñas tiendas de pequeños propietarios venden pequeños productos por un módico precio.

¡Clink! Qué susto, es el ruido del microondas, ya está listo el café. Enciendo la televisión y me siento en el sofá, apoyando los pies en la mesa baja de cristal y… Otra vez ese dolor, parece que se divierte entrando cada vez en lo más profundo de mi cabeza, lo noto detrás de los ojos. Si no fuera porque hoy es sábado, estaría agonizando en el cubículo de la oficina. A mi suerte, hoy es tiempo de descanso y disfrute.

Pero reincide, el dolor es cada vez mayor y, fijándome en el anuncio del deportivo rojo, recuerdo algo de mi sueño. Sí, yo estaba viendo la televisión cuando emitieron este anuncio y se mostró este deportivo, más tarde apareció un comunicado para todos los ciudadanos que contaba que no saliéramos más tarde de las nueve por una posible ventisca, salía una chica rubia entrada en edad advirtiéndonos. Vaya, qué déjà vu más extraño e incoherente, hoy hace un día muy soleado y no hay ninguna nube que lo enturbie ni apague. Pero voy a fijarme en la televisión, quién sabe, quizá ocurra algo.

Y así fue, poco después de esperar viendo los anuncios, apareció aquella mujer con la camisa blanca avisándonos del peligro que podríamos correr si nos precipitábamos a salir después de las nueve. Entonces pienso, pienso en qué ocurrirá a continuación, miro por la ventana y pienso, quizá sea cierto lo que vi en mi sueño.

¾¡Y ahora ese hombre de la calle se tropieza al pararse cuando se fija en el semáforo en rojo!¾grito al viento.

Pero no fue así, aquel hombre sorteó con una gran habilidad los coches que cruzaban el paso de cebra. Qué extraño, habrá sido una coincidencia haber acertado el comunicado.

Me pongo la chaqueta y salgo a la calle, no he quedado con nadie pero me apetece despejarme, en este bosque en el que los edificios son los troncos y el humo las copas, es difícil disfrutar de un momento de tranquilidad, aunque al menos se me ha pasado el dolor de cabeza.

A cada paso que doy me parece que estoy más lejos del lugar donde debiera estar, pero no puedo desaprovechar un día tan glorioso. Las alberas nubes impactan en mis ojos y me invitan a caminar entre deseables céfiros. Ojalá todos los días fueran como éste, donde las nubes vagan errantes a un destino incierto navegando en un océano flotante guiadas por el señor Viento.

Pero el impermeable terreno me incita a mirar al suelo, donde grises y amarillentas baldosas se unen en un armónico conjunto de colores con los negros edificios. Hoy no hay demasiada gente, qué extraño. Bueno, así mejor, mayor tranquilidad para descansar alegre y en paz.

Andando y andando ya se han hecho las dos de la tarde, me iré a casa a prepararme algo para comer mientras veo alguna serie que me gusta, odio las noticias.

No, otra vez no, maldito dolor, ¿acaso no piensa desaparecer en ningún momento? Un segundo, esa chica con la camisa verde… me suena de algo, sí… ¡Es cierto! En mi sueño, a una niña pequeña se le caía un juguete en la carretera y ella iba a por él, y, entonces, un coche negro la atropellaba. Vaya sueño más largo y extraño he tenido hoy, debería ir a la farmacia a comprar aspirinas para este infame dolor de cabeza.

Y todavía sigo esperando, este maldito semáforo no se pone en verde, ¿se puede saber cuánto tiempo ha de pasar? ¿Y esa muñeca? Se parece a la que se le cayó a la niña de mi sueño. Menuda coincidencia.

Pero no fue tanta coincidencia cuando, un segundo después, la chica de la camisa verde salía despedida a metros de distancia al intentar coger la muñeca de la niña en la carretera, muriendo en un instante. Podría haberle dicho que no lo hiciera, que iba a morir, pero sólo pensé que era un sueño.





2
INCERTIDUMBRE


¿Qué me está pasando? Vuelvo a mi casa, corriendo, huyendo aferrado al miedo que me embarga. El reflejo del sol en los cristales impacta en mis retinas, como un duro golpe imposible de esquivar. Al fin llego, pulso el botón del ascensor y… No hay tiempo, no quiero estar quieto un segundo más, tengo que moverme y pensar.

A pesar de vivir en un décimo, cojo las escaleras y subo los escalones de dos en dos, saltando. Llego sudando a mi entrada, la mano me tiembla y no entiendo nada. Después de diez segundos intentando acertar en la cerradura, consigo al fin introducir la llave en ella, la giro tres veces a la izquierda y la acorazada puerta se abre, levantando un pequeño viento tras de sí que mece mis cabellos. Entro y cierro, la puerta y la cerradura, estoy confuso, tengo que pensar.

Pero no es sólo eso, con haber visto lo del telediario debería haber sabido lo que le iba a suceder a aquella chica, si tan sólo hubiera decidido prestar un poco más de atención… Quizá también fue el miedo al ridículo el no detenerla; si resulta no suceder nada, llamaría la atención y todas las miradas recaerían en mí. Pero no, una vida humana no vale tan poco, simplemente creí que nada sucedería, como con aquel hombre del semáforo en rojo…

Y quién podía saberlo, no es mi culpa, no puedo martirizarme por algo de lo que no tenía la certeza de que fuera a suceder, debo tranquilizarme y recordar, recordar mi sueño en su totalidad para saber qué va a ocurrir.

Pero nada surge, mi mente está en blanco: vacía, desierta y desolada, como antaño significaba vasto. Es horrible, siento como si fuera a estallar, cada vez que me ocurre algo parecido, algo importante cayendo en el olvido, me estreso y me obceco hasta deshacerme, detesto esta sensación, ojalá pudiera acudir a mi mente como acudo a un diccionario a buscar algo, pero no es así de sencillo.

Intento unir piezas, ¿cómo he recordado lo anterior? ¡Sí, eso es! ¡Cierto, cierto! Sólo tuve que ver un elemento en común con lo que iba a suceder, ¡exacto! Tengo que fijarme en todo lo que pueda para recordarlo todo. Y eso lo puedo ver en… ¡Un diccionario! Leeré todas las palabras que pueda y les atribuiré imágenes, quizás así consiga tejer este manto de deshechos y desgastados hilos.

Pero… espera. ¿Estoy seguro de querer saber qué va a suceder? Quiero decir, si lo anterior ha sucedido es porque ya no se puede cambiar, es el destino. Quizá muera alguien y no sea capaz de evitarlo porque ya está escrito. No, estoy seguro de que si puedo ver lo que va a suceder es para poder modificarlo.

Y de esta manera es como me aventuro a conocer el futuro. Dicho así, suena místico y emocionante, pero tiene de divertido lo que yo tengo de tiempo: nada. Horas y horas sin conseguir absolutamente nada, ya son las dos de la madrugada y estoy cansado, quiero irme a la cama y relajarme, mañana me tomaré este tema con más tranquilidad y objetividad.





3
DESCONTROL


Me despierto agotado, el dolor de cabeza ha aumentado y es más notorio que ayer, siento latidos ahogados dentro de mi cráneo, como si mi cerebro intentase salir para respirar. Qué dolor… y qué cansancio, no he dormido nada bien. Debe ser el sueño; me agota.

Me levanto de la cama, abro mi armario y encuentro un traje negro roto y desgastado, éste no estaba aquí ayer… ¿¡Qué hace aquí esto!?

Me caigo al suelo, perplejo, froto mis ojos y los abro después de unos segundos, aun sabiendo que nada va a cambiar, que ese traje es real y seguirá allí cuando los abra de nuevo. O quizá no, allí sólo hay un traje negro bien arreglado; pero, ahora que pienso en el otro, recuerdo algo…

Es algo de mi sueño, sí, es un hombre con un traje negro roto y desgastado, es un hombre con un sombrero negro y una cinta roja, y con una malévola máscara además de una siniestra y tétrica sonrisa y mirada que la ocupan. Me entran escalofríos. En mi sueño yo estaba… Yo estaba en una cafetería hablando con él, yo preguntaba mucho y él me contestaba a todo. Él es listo, sabe lo que me está pasando y va a contármelo.

Debo recordar cuándo y dónde fue… Recuerda, recuerda, recuerda… Vamos… ¡Lo tengo! Miré mi reloj una vez y recordé que lo había dejado en casa, así que miré el móvil y vi que era el día siete a las siete de la tarde. Y hoy es… ¡hoy es día siete! Debo prepararme, conozco la terraza de la cafetería en la que me encontraré con él, hay muchas cosas que quiero y debo saber.

Son menos veinte, cierro la puerta de casa y bajo en ascensor, tranquilo y bien vestido, exactamente igual que en el sueño que tuve. Me miro en el espejo, ni yo mismo soy capaz de descifrar mi mirada, parece la misma de siempre, pero sé que no lo es.

Ando por las anchas y planificadas calles que cualquier organizada ciudad goza ostentar. Ya estoy frente a la cafetería, subo las escaleras para encontrarme en la planicie de la terraza donde se encuentra mi acompañante, bebiendo un té de limón con la máscara puesta. Me siento a su lado y me observa, con una mirada de desconcierto.

¾Tú sabes lo que me está pasando¾digo, sin dar demasiados datos.

El hombrecillo me miró confuso unos instantes, indagando en saber quién era yo, qué hacía ahí y por qué estaba hablando con él. Hasta que pareció darse cuenta cuando chocó el dorso de su puño derecho con su palma izquierda, dando a entender que había caído en algo.

¾Vaya, ¿así que otro más? Demonios, nunca te sacias¾dice, mirando al techo del planeta, con una voz un poco aguda, aunque no en exceso.

¾¿Con quién hablas?¾pregunto intrigado.

¾No es asunto tuyo. Bueno, supongo que ahora mismo te crees especial, ¿no? Crees que eres el único que puede ver el futuro y que si es así ha sido por algo, ¿no?¾dice el hombre de la máscara.

¾Esto… sí.

¾¡Esto es lo que más me gusta de este juego! ¡Y a él también! Maldito psicópata diabólico¾dice, mientras ríe levemente.

¾¡De qué estás hablando!¾digo, alzando el tono.

La graciosa mirada de la máscara pareció disminuir un poco, sus ojos negros en forma de luna menguante se tornaron serios y apagados, al igual que su siniestra sonrisa.

¾Baja la voz, ¿quieres? No sé por qué te sorprendes tanto de una conversación que ya hemos tenido, al menos en tu sueño.

¾Perdón…

¾Es igual, deberías saber que voy a contestar a todas tus preguntas.

¾Sí, lo siento. ¿A qué te refieres con “juego”?¾pregunto, intentando aclarar mis ideas.

¾Hay un ser por ahí lejos que se divierte observando. Su tablero favorito es el mundo real y sus fichas las personas. Juega con ellas hasta que se harta. Pero parece que este nuevo juego que ha inventado es bastante interesante… ¡Y animado! Invita a las fichas a jugar, no hay excepción alguna. ¡Diversión para todos!¾dice el extravagante ser de la máscara blanca con trazas rojas, recobrando su sonrisa malévola.

¾¿En qué consiste el juego?

¾Verás: él te da el poder de ver tu futuro, lo que te va a suceder. Pero también te muestra tu muerte, tu temprana muerte. Y desde ahí se divierte viendo cómo intenta cada persona huir de su final. Pero todo lo que hicieron ya estaba escrito, no tenían nada que hacer. No podían huir¾dice, mientras la sonrisa de su máscara se expande cada vez más.

¾¿¡Y qué gracia tiene eso!?¾pregunto, enardecido.

¾¡La angustia, joven! ¡La angustia! ¡La angustia en su máximo esplendor! No hay mayor angustia que la impotencia, ¡es su máximo exponente! ¡La cúspide del sufrimiento! ¡El cénit del dolor!

¾¡Pero yo puedo controlar mi futuro, siempre lo he hecho y eso no va a cambiar!¾exclamo, intentando sobreponer mi opinión.

¾¡No! ¡No puedes! ¡Mírate! ¡Habías soñado que hoy ibas a venir a verme, a esta misma hora!

Esa última palabra llamó mi atención, miré el reloj de mi muñeca pero me di cuenta de que me lo había dejado en casa, así que saqué el móvil y observé la pantalla: día siete a las siete de la tarde, en punto. Espera… esto lo he hecho antes…

¾¿Lo ves?¾dice, mirando mi perplejo rostro.

¾Pero… yo podría haber decidido quedarme en casa y no venir, y no habría pasado nada de esto.

¾¡Y sin embargo no lo has hecho! Es ese falso sentimiento de libertad lo que tanto me atrae del destino. Es ineludible, es directo, es imparcial, es justo, es neutral, es implacable… Es perfecto.

Pero ni sé qué contestar, ni qué preguntar. Mi cuerpo no responde, estoy temblando, mirando a un pequeño hueco del horizonte que se deja ver entre los edificios, mientras mis trémulos ojos barren ese paisaje desprovisto de nubes. Miro hacia abajo y encuentro al personajillo observándome. Él disfruta con esto, más que nadie, se nota sólo con verle la máscara, los agujeros de los ojos posan en mí una mirada que no alcanzo a ver, pero que entiendo como placer.

¾Sin duda alguna, esta vez se ha superado¾dice, dándole un sorbo a la taza de té sin quitarse su máscara.

¾¿Có… có… cómo voy a… a morir…?¾pregunto, desvaído.

¾¿Y a mí que me preguntas? Si lo supiera significaría que sería capaz de ver el futuro y, por tanto, moriría pronto, como tú. Pero yo no veo el futuro, no puedo morir aún, Slemkar me necesita para sus juegos.

¾Pero…

¾Ahora márchate, quiero tomar mi té tranquilamente, como siempre, mientras observo¾dice, interrumpiéndome, con una voz seria y desalmada.

Y me marcho, me encuentro flojo, agotado. Lo que acabo de oír… No puede ser cierto, simplemente no puede. Quiero descansar, aún es muy temprano pero la noche llega pronto por estas fechas, por invierno.

Arrastro los pies por la incolora calzada, oyendo ese roce tan característico, tan tranquilizador, pausado, lento y armonioso; relajante. No tengo fuerzas para erguirme, ando encorvado, mirando los adoquines, sin preocuparme de qué persona se cruce en mi camino, chocándome a menudo con otros hombros que, tras el impacto, se giran y me miran con una cara de desprecio. Que se aparten ellos, no puedo moverme más que lo necesario para llegar a mi hogar, mis ojos están cansados, mi cabeza dolorida y mi ánimo decaído. No tengo el aguante necesario para esto, no yo.


Pero al fin llego, pulso el botón del ascensor y la puerta se abre, qué suerte, está a la altura del portal. Entro en él y, un minuto más tarde, en mi casa. No tengo hambre, ni ganas de masticar, voy directo a mi habitación, me tumbo en la cama con lo puesto y ni me molesto en arroparme, dejo que mi mente se ocupe del resto y me duerma tan presto que ni el frío llegara a preocuparme.

jueves, 7 de agosto de 2014

La estatua

Desde que vine al mundo sólo me planto todos los días, a todas horas, sin descanso ni tregua, frente a una multitud de transeúntes, ejerciendo mi trabajo, ejerciendo mi vida.

Nunca me he parado a pensar si lo que hago es lo mejor, ni siquiera si tendría la oportunidad de levantarme y cambiar las cosas. Quién sabe, quizás haya pasado tanto tiempo desde que estoy aquí que, si ahora lo intentara, sería demasiado tarde.

Es por eso que no merece la pena ni probarlo. Es una pérdida de tiempo intentar conseguir algo sabiendo desde el principio que vas a fracasar; no tiene ningún sentido.

Hace tanto que tomé la decisión, y tan poco que comencé a replanteármela… Ya he echado raíces, no puedo arrancármelas y seguir adelante como si nada pasara. Las he alimentado con el tiempo y la ignorancia, y han crecido muy fuertes, al menos más que mi ambición y voluntad.

Ojalá no me hubiera pasado esto a mí, ojalá hubiera podido salvarme. Ojalá pudiera cambiar, hacer lo que siempre he soñado y no sólo subsistir aquí parado.

Quisiera ser una de esas tantas personas que veo cada día. Todas diferentes, todas con sus vidas, su felicidad y su tristeza pero, al fin y al cabo, libres. ¡Cómo lo deseo! Pero no puedo, y estoy condenado a verlas pasar, y pasar, y pasar… Durante toda la eternidad.

Y no es mi culpa, ni la suya, pero no hace falta culpable para que haya daño. ¡Ay! Si yo pudiera… Pero no puedo, y aunque siempre tenga tiempo, no merece ni un segundo intentar alcanzar lo inalcanzable.

¾¡Eh, tú! ¿Qué haces? ¡Deja de perder el tiempo y sigue trabajando!

¾Sí, perdón, jefe...