Allí sentí su mirada, allí sentí el roce de su translúcida y
brumosa piel acariciando mis entrañas, entrando sin ser vista y aclamada sin
ser oída. Era ella, tan hermosa y atrayente como siempre; pero en un momento
inoportuno, como siempre. Era ella con sus ojos carmesís quien se introdujo en
mi ser ocupando mi mente e intentando hacer lo que ella me dictara.
Pero yo no podía, yo estaba atento a un papel de estudios.
Mi mirada sólo se fijaba en dos palabras quietas, apalancadas y vacías de
significado para mí, que nunca acababa de leerlas, pero que el hecho de
admirarlas me hacía creer que algo estaba haciendo bien, que algo estaba
haciendo, quizá estudiar, quizá atender.
“Se evaden”, era lo que estaba escrito, pero lo único que
allí se evadía era el sentimiento de mi ánima, dejando mi corpóreo ser sujeto a
un mundo de cristal para que mi pensamiento se trasladara a otro lugar.
Yo intentaba resistirme, pero ella era tan seductora y
elocuente… No la pude detener. Una voz me decía que la siguiera a mundos
invisibles y desconocidos que sólo podría conocer si aceptaba en ese momento.
El modo en que trataba su lograda y trabajada prosa era pasmoso, no me acuerdo
de la mitad de lo que me propuso, pero sí me acuerdo del sentimiento que evocó
en mí. Me provocó el desconcierto, la confusión y la emoción de desconocer algo
conocido.
Fue un único instante en el que acepté sin yo quererlo, pero
queriéndolo mi ser. Un único instante en el que me embaucó en un canto melódico
y envolvente, un canto aislante que, sin cerrar los ojos, barrió de mi mirada
aquella imagen nítida y consciente de mis apuntes de literatura para obtener
una borrosa, trémula y apabullante escena. No pude creer lo que tenía ante mis
ojos y, en un impulso de heroísmo, lo rechacé como acto reflejo de un ser
superviviente.
Más tarde, aquella damisela desapareció, aquella imagen se
desvaneció y nada de todo lo ocurrido continuó. Y un sentimiento de vacío ocupó
el pedazo de mi cuerpo que me habían extraído, o más bien arrancado,
violentamente y sin tapujos.
Me sentí distante durante unos momentos, hasta que me
levanté de mi asiento y me dispuse a volver a mi hogar. Durante todo el camino
no pensé en otra cosa que en aquella melodía, pero jamás la volví a oír, jamás
me encontré tan arrepentido como en aquella ocasión, jamás anhelé tanto algo
como aquello, y desde entonces no encuentro hora en el segundo, no soy capaz de
respirar en el ahogo, y noto cómo me marchito desde que tomé aquella decisión.
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